Relato 8- Irrecuperable

Irrecuperable
cuento


                                                                                                    Mirta Ventura

                                                                                                     Mayo 2013



Siempre se había sentido desplazado por su hermano. Éste tenía 2 años y 7 meses menos y, lógicamente, como todo niño más pequeño, requería más atención de sus padres. Con los años, fue comprendiendo que eso era natural y lo superó.

Se preguntó muchas veces por qué su hermano llevaba el mismo nombre que su padre y no él que había nacido antes. Ya a los 41 años, le parecía un poco sonso seguir preguntándose por esa tontería, así que tomó la decisión de dar la cuestión por terminada, pero ésta permaneció como una cuña clavada en el alma que no le permitía disfrutar de nada de lo que se proponía y conseguía en la vida.

Los dos hermanos estudiaron en los mismos colegios y ninguno sobresalió sobre el otro. En la vida laboral él lo hacía. Era jefe del departamento de computación de una importante empresa. Había estudiado Sistemas porque le pareció que podría tener una buena salida laboral y así realmente fue.

Su hermano estudiaba Ciencias Políticas y no llegó a recibirse. Lo suyo era la militancia política. Se indignaba con la injusticia que representa la desigualdad, con los pesares que vivían cada día los excluidos. Trabajaba en las villas para que sus habitantes se incorporen a la militancia para reclamar por sus derechos. El trabajo que tenía para poder vivir era precario: Algunas clases, a veces, algunas changas otras.

En las reuniones familiares, el hermano menor era más convocante, más simpático, pero cuando la madre necesitaba algo recurría al mayor. Él siempre estaba dispuesto a resolver lo que sea.

Políticamente siempre discutían los hermanos. Ideológicamente no eran tan distintos, pero en las elecciones de vida que habían hecho sí lo eran. Todas estas diferencias no habían permitido que se formara unión entre ellos. Siempre había una suerte de bruma que lo impedía.

Cuando falleció el padre, el mayor se ocupó de todo. Internación, velorio, entierro, misa a pedido de la madre… También la asistió a ella, con dedicación. El menor lloró y se abrazó con cada familiar, con cada compañero que lo apuntalaba en ese triste momento.

Una bala asesina dio en la cabeza. Estaba en una manifestación apoyando a varios desalojados. Uno de los muchos tiros disparados por la policía terminó instantáneamente con la vida.

La madre lloraba abrazada al hijo que le quedaba. Él, como siempre, se ocupaba de todo. En sollozos la madre dijo que su pobre hijo muerto no había tenido suerte desde que nació. Intrigado, le preguntó por qué decía tal cosa. Le contestó que ella siempre se había opuesto a ponerle el mismo nombre que su padre tenía, pero que éste había argumentado que el nombre que a él le gustaba realmente ya se lo había puesto al primer hijo. Para el segundo no se le ocurría nada y con fastidio le puso su mismo nombre del que siempre había renegado. Y continuó: – eso te marca-.

La lucha que emprendió en reclamo de justicia para que se castigue al responsable de la muerte de su hermano le ocupa casi todo el tiempo. En numerosos programas de televisión lo entrevistan. El repite que su hermano era un ser entrañable, que lo extraña, que le sacaron tiempo para compartir con él, que lo necesita. Se cuestiona haber llegado tarde y el tiempo perdido es irrecuperable.

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