Relato 7- La soledad II

La soledad II
Cuento

                                                                                                         Mirta Ventura
                                                                                                            Enero 2013


Confirmado. La puerta del infierno se abrió, pensó.

Había ido solo a recibir el diagnóstico porque no sabía cómo quería manejarlo. ¿Si éste fuera como ahora se había corroborado, lo diría a su familia, o lo manejaría solo?

No quería que le dieran un trato preferencial por esa circunstancia. En los últimos tiempos había estado sensible a los llamados recibidos de su propia familia y también de los amigos. Anotaba mentalmente, quién preguntaba por él y quién no. Le había llamado a él mismo la atención, porque anteriormente, esos avatares lo habían tenido sin cuidado.

Una de sus características fue siempre procurarse sus cosas de forma de no necesitar ayuda de otros. Pensó que, en esta nueva circunstancia, le gustaría seguir la misma política de vida que tuvo siempre.

No lo dijo.

Comenzó el tratamiento propuesto por el médico diciendo que iba al dentista, cosa aceptada sin problemas por todo el mundo. Que tardara más de lo previsible, no llamó la atención de nadie. Evitaba así cualquier pregunta, y toda posibilidad de influir en el trato que cada uno le dispensaba. Llevaba minuciosamente, casi inconscientemente, la contabilidad de los llamados y ponderaba el sentido de ocupación hacia él, de cada uno de sus seres cercanos. A veces era duro no compartir el dolor que estaba viviendo, quizás el apoyo solidario y cálido de su familia, lo hiciera sentir mejor. Pero se propuso resistir lo más posible.

Adelgazó visiblemente y perdió el escaso pelo que tenía. Uno de los amigos preguntó una vez. -¿Vos estás bien? Y le contestó. -Sí, claro.

No pudo levantarse.

En su cama de enfermo, en su habitación, en semi consciencia, escuchaba voces que venían desde el living de su casa: -Fue de pronto, de un momento a otro. -Estaba perfecto, yo hablé con él hace dos días y estaba perfecto. -Lo vi muy bien el otro día, delgado, mejor que nunca. -Y es así, suerte que estamos todos para acompañarlo, no está solo en esto.

Cerró los ojos y se entregó tranquilo. Entendió todo.



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