Relato 4- Tango


Tango
Cuento

                                                                                                          Mirta Ventura
                                                                                                        Septiembre 2012



La música sonaba fuerte. Ese tango siempre la emocionaba. Se movía con placer, los pies hacían su juego. Recordó a sus padres escuchando tango en el patio de la casa, cuando era pequeña. Él cantaba con voz potente y grave.

La mano era fuerte y el pecho muy amplio. Se entendían muy bien.

Una vecina que se asomaba por la ventana del primer piso hacia el patio, aplaudía a su padre y, a cambio, él le pedía que cantara también algún tanguito, nada de canciones líricas.

Le hubiera gustado estudiar danzas cuando chica, pero no se lo permitieron. Su madre prefería que toque piano y a su padre no le gustaba que su hija se dedicara a la danza porque lo identificaba con escenarios, mostrar piernas y esas cosas.

La caminata hacia atrás haciendo ochos cada vez más rápidos, salía perfecta y muy a tiempo.

Recordó que tenía un turno médico que hacía mucho que había concertado y que tenía interés en no olvidarse. Seguro que la fecha convenida estaba cerca.

Giraba ligero varias veces para un lado y otra para el otro. Esos giros bien encarados, la complacían intensamente. Tenía en cuenta que los pies deslizaran por el suelo sin saltitos. Al flexionar algo las piernas, se proponía no disminuir la altura. Todo esto no se lograba sin una buena elongación.

En un momento vino a su mente un pedido de su hijo. Necesitaba que le diera una mano con unos libretos que tenía que auditar. Ella solía hacerlo, le gustaba introducirse en historias ajenas que estén bien narradas y, sobre todo, poder contribuir con alguna sugerencia. Lo llamaría a la mañana siguiente.

Las figuras más difíciles salían sin inconvenientes. La marca era muy buena, profunda y al compás. Era un placer muy grande expandirse armoniosamente y sin inhibiciones.

Todavía había tiempo, quedaba al menos media hora. Era una suerte porque todavía no estaba cansada.

La música dejó de tocar.

- Cambien de pareja.

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